Se nos fue el chico que consiguió que a todos los varones de este país se nos iluminase el semblante, ante la posibilidad de que nos pusiesen una soga al cuello.
Esa la escribió Miguel Costas. Por aquel entonces eran un cuarteto y lucían en la portada de su primer revolcón (¿Cuándo se come aquí?) caricaturizados como los hermanos Dalton, con su traje de presidiarios.
Coppini, Costas, Hernández y Torrado: Siniestro Total. Una obra maestra del humor que abofeteó el panorama musical español de octubre del 82, mientras el país se ponía en manos del profeta de Suresnes.
En una de aquellas sesiones vespertinas de Liberty en Santiago, probablemente un domingo, mi primo, el gran Alberto Nogueira, cruzó corriendo la pista para decirme:
-Manuel: éste es el nuevo grupo de Germán el de Siniestro, el grupo del que te he hablado…
Y me dejé llevar por ese estruendo de percusión, bajos y sintetizadores y por una letra que podría haber firmado el mismísimo Jean-Paul “el infierno son los otros” Sartre: “No mires a los ojos de la gente, me dan miedo, siempre mienten…”
Algo cambió para siempre.
Germán se transformó en el catalizador de los sentimientos, las frustraciones y los anhelos de toda una generación, sin siquiera proponérselo. Él se dejaba llevar, como un colibrí, picando de flor en flor: el ecléctico sublime.
Se equivocó Morrissey con el nombre del protagonista. El primero de la banda en morir no fue Héctor, fue Germán, el que “robó a los ricos y a los pobres, y a los no tan ricos, y a los rematadamente pobres, el que les robó los corazones” (First of the gang to die-Morrissey).
El que nos robó el corazón. Los corazones. Los fue coleccionando con su talento, como un Nabokov atravesando con su aguja el vientre de una nueva mariposa que sumar a su colección. Nos fue coleccionando, como quien colecciona moscas…
Era tan rematadamente sutil que perpetró el robo más audaz de la historia de la literatura: robó su verso más totémico al inigualable Bertold “en mi canción una rima casi me resultaría una insolencia” Brecht, y lo convirtió en el buque insignia de la primera entrega de su nueva banda: Golpes Bajos.
Tras la portada de Ceesepe, cinco píldoras contra la apatía coronadas por un himno excepcional: “Malos tiempos para la lírica”
Coppini era un prestidigitador. Tomaba posesión de referentes culturales ampliamente conocidos, los transformaba y nos los devolvía creando un universo nuevo, propio, inteligible, inteligente: “Y es que nunca me acuesto sin no haber aprendido algo nuevo…” (Tendré que salir algún día)
Para la segunda entrega Francis Montesinos decoró una de las mejores portadas de la historia de la música española: la banda ataviada con los trajes de aldeana sobre el granito emborronado de musgo de la Galicia materna. A Santa Compaña. Ritos y leyendas.
Aquel verano estábamos estudiando en la biblioteca pública de Santiago, en Casas Reais, para recuperar algún tropezón de la singladura académica, cuando ojeando el periódico descubrimos que esa misma noche en Vigo, en los conciertos de Castrelos, tocaban Siniestro Total y Golpes Bajos. Así que, ni cortos ni perezosos, Alberto y yo, tanto monta, nos embarcamos en un tren hacia el sur para asistir al evento.
Siniestro, en formación trío, con Julián todavía en la batería, deshojaron el material de “Menos mal que nos queda Portugal” al grito de “¡Cachamuiña, non te esquecemos!!!”.
Tras ellos, con el fondo de escenario decorado con una cruz de Santiago y una concha de peregrino de diseño, aparecieron Germán y el resto de la banda: Teo Cardalda, Pablo Novoa y Luis García.
Germán susurró: “Esta es nuestra tarjeta de presentación” y sonaron los primeros acordes de “A Santa Compaña”.
Una actuación memorable en la que ejecutaron los temas del primer maxi, el álbum»A Santa Compaña» al completo, y deslizaron el adelanto de lo que sería la última entrega de la formación: “La virgen loca” de Devocionario.
¿De qué nos habla Germán en aquellas canciones y en otras de su travesía en solitario?, ¿en esas canciones que como advertía Morrissey “te hicieron llorar, las que te cambiaron la vida…”? (Rubber ring-The Smiths).
Veamos.
Del primer amor: “Un beso en un portal, un abrazo, ¡hasta mañana!, ¡Qué hombre me sentía cuando a ti te acompañaba! Tú lo eras todo y yo era nada…” (Cena recalentada)
Del amor sumiso: “…son escenas olvidadas, repetidas tantas veces, no se ama a los sumisos, simplemente se les quiere…” (Escenas olvidadas)
Del amor marchito: “…Meto los faldones en el pantalón, me aliso el cabello tarareo una canción, el colegio de la cría, el alquiler del televisor, ¡Hace tanto tiempo que no hacemos el amor!” (La reclusa)
Del amor mítico: “Pero de todos mi preferido, el papel que me va, lo que hace un hombre enamorado, es el ladrón de Bagdad” (El ladrón de Bagdad)
De la búsqueda del amor: “Tengo de todo en la vida, pero me falta el amor que aguante las tonterías de un cantante soñador…” (Carabás)
De la amistad: “Moreno y claro saben desde hace tiempo que todos los hombres son iguales, para sobrevivir en este mundo no hay como tener amigos leales…” (Moreno y claro)
De la pérdida de la amistad: “Y me llamas de amigo con un hilillo de voz o una sonrisa nerviosa que da a entender tu desgana, con el vulgar apretón de unas manos siempre sudadas…” (Desconocido)
De la traición y el arrepentimiento: “Derramando últimas lágrimas, vivo mi arrepentimiento, en esta cárcel de fuego donde el alivio es incierto…” (Ayes)
De la insoportable levedad del ser: “Detrás de esta farsa, llora el corazón…” (Travesuras de Till)
De la destrucción de los mitos de la infancia: “¿Te acuerdas de esa casita? Pues ahora han construido un hotel…” (Hansel y Gretel)
De negarse a la rendición a pesar de haber perdido el camino: “No perdemos la manía de tener esperanzas…” (Alien divino); “Buscarte y quedar rendido, soy la sombra que has perdido al comenzar a andar…” (Pepito, el grillo)
De los seres vacíos: “Miradas de cristal bajo el saxo envueltas, perfecciones en los rizos, sus gargantas secas…” (Fiesta de los maniquíes)
Y, al final, y como de puntillas, de sí mismo: “Yo soy el chico de ayer que juega a escribir canciones, todas ellas de memoria sin haber dado lecciones. A veces cuando me acuesto me siento un privilegiado al que otros hombres envidian por el amor que me han dado…yo soy el chico de ayer, un culo de mal asiento, el eterno quinceañero, una voz en el desierto…No quiero hacerme mayor ni un trovador decadente de los que sacan tajada al corazón de la gente. Por ser el mismo de ayer me dejaré la garganta, aunque mi canto sea débil encierra mucha esperanza…” (Chico de ayer)
Podría pasarme horas y horas recordando todos aquellos momentos, todas aquellas canciones (estas que cito como ejemplo y tantas otras que quedan en el tintero).
Al día siguiente de recibir, como una puñalada, la noticia de la muerte de Germán comentaba con Fernando de Arana, mi gurú musical, que después de tantos años aún podíamos recordar las letras de canciones que no habíamos escuchado desde hacía casi un cuarto de siglo.
Las letras de Germán son imperecederas, atemporales, imperfectas, incisivas, etéreas, terrenales, maleables, concisas, difusas, tenaces, nostálgicas, absurdas, puras, traviesas, asombrosas, divertidísimas, tristísimas…
Podría amontonar un millón de adjetivos más y no conseguría transmitir la esencia de lo que sus textos y su voz significaron para nosotros.
Pero ya es suficiente, porque «por dentro tengo el alma envuelta en un traje a medida» y esto:
“No da para más, no da para más, que aparezca un alien divino y nos haga soñar…”
Formas parte de mí, Germán. Gracias de corazón por habernos dejado acompañarte en este hermoso viaje…