-Tranquila pequeña, no te va a doler.
Las rodillas de la niña se tocan con ansiedad. Hay un temblor de labios y una mirada permanentemente anclada al suelo. Hay un malestar en la respiración. Una atmósfera cargada. El aroma dulzón del abuso del perfume. La vejez de la tapicería del sillón. La inevitable pila de revistas en la mesa del rincón.
Se abre la puerta. Se pronuncia el nombre de la chiquilla, completo, con apellidos.
Es la hora.
La madre la encamina hacia la puerta entornada de otro cuarto. Los ojos recorren el parqué y las alfombras, apenas el quicio de la puerta. La reciben los zapatos del hombre. Aprieta la mano que la empuja. Se repite:
-Tranquila pequeña, no te va a doler.
Pero dolió, mamá.
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